La Memoria en Mi Rodilla
Todavía no quiero abrir los ojos. Mis parpados, igual que mis sábanas, han sucumbido a la gravedad esta mañana. El canto de los pájaros, mirlos y petirrojos, atareados en construir sus nidos, me ayuda a ubicarme: estoy aquí de este lado, en esta cama suave y fresca, sin sudor ni arena. Ni para que intentar mover el edredón, sé que mis brazos carecen de la fuerza para hacerlo. Llevo mis manos a mi sexo, lo toco…soy un cuarto vacío…vacío como este cuarto en que habito. Intento moverme, pero algo me lo impide: una hinchazón blanda y blancuzca, sin sangre. Una represa agua, como una garra aprisionando mi rodilla, estrangulando esa coyuntura entre lo que queda de mi muslo. Es un dolor adormecido y necio que me impide todo movimiento. El llanto viene a liberar los excesos de agua acumulados dentro, como una mano compasiva abre las compuertas para reducir el nivel del rio, o saca el agua de un cayuco con una jicarita para que no se hunda, ‘achicar’ que le dicen. Lloro sin saber